Los romanos generalizaron la técnica del emplecton griego para erigir sólidos muros de tres hojas y grandes bóvedas que cerraban vastos espacios. Como relleno de estos muros emplearon un nuevo material de construcción: el Opus Caementicium u hormigón romano, que constituía el núcleo estructural del muro y se convirtió en el verdadero artífice de los avances tecnológicos producidos en este periodo. El hormigón romano era bastante diferente en su composición al hormigón actual. El único aglomerante que se conocía desde el siglo IV a.C. era el mortero de cal aérea, compuesto de cal grasa, arena y agua. Alrededor del siglo II a.C., los romanos aprendieron a usar la pozzolana o puzolana, un tipo de ceniza volcánica presente en la península itálica, que producía un mortero de gran monolitismo y dureza.
Este mortero hecho con pozzolana presentaba la notable propiedad de fraguar en contacto con el agua debido a su alto contenido en silicatos, haciendo que fuera excepcionalmente útil para usos portuarios, a diferencia del mortero de cal grasa –que no fragua, sino que endurece por carbonatación mediante un proceso que además es reversible-, el cual presentaba un mal comportamiento en presencia de humedad.
Para la obtención de esta mezcla empleaban 12 partes de puzolana, 6 de arena, 9 de cal y 16 partes de piedra. Los elementos se vertían en seco dentro de los moldes, añadiendo con posterioridad el agua y ejerciendo un enérgico batido. El agregado fraguaba y endurecía rápidamente, produciendo una masa densa y homogénea de gran resistencia.
Las posibilidades que presentaba el conjunto de mortero de cal y puzolana influyeron decisivamente tanto en las fábricas de muros como en el elemento más representativo de la construcción romana: el arco y sus formas asociadas. Este pétreo artificial, el hormigón, gozaba de grandes ventajas frente a la piedra natural. El empleo de Opus Caementicium evitaba el proceso de extracción, labrado y transporte de la piedra y además reducía el tiempo de ejecución. Además la preparación, amasado y levantamiento de los materiales que se necesitaban para el hormigón no precisaba obreros de gran cualificación, a diferencia de lo que ocurría en la construcción de muros de piedra. El hormigón se vaciaba en un molde de cualquier forma y a cualquier escala, cuyo único defecto era que, al endurer y desencofrarse, quedaba al descubierto una superficie poco resistente al agua y escasamente presentable visualmente, lo cual obligaba necesariamente a la colocación de un revestimiento permanente. Los romanos desarrollaron varias formas de revestimiento en un proceso de evolución que estudiaremos cuando hablemos de la formación del muro. La puzolana necesitó también de un proceso de adaptación, experimentación y evolución antes de generalizarse su uso, hecho que se produjo hacia la segunda mitad del siglo I d. C. bajo el mandato de los emperadores de la dinastía Flavia. Castro afirma que, en un principio durante más de dos siglos, la puzolana se empleó sin cocer, mezclada con cal aérea, para rellenar el núcleo interior de los muros pues ahorraba mortero de cal y facilitaba el fraguado, aun en el caso de trabajos en lugares húmedos. En palabras de Vitruvio: "...Se unen súbitamente en un cuerpo y se endurecen por instantes, consolidándose en el agua de modo que no bastan a desatarlas ni la violencia de las olas, ni ninguna otra fuerza de las olas." Para ampliar información:
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