Tallas de piedra cargadas de un explícito contenido erótico o sexual que fueron cinceladas por los canteros de los siglos XI, XII y XIII, en los canecillos de las iglesias románicas y que nos colocan sobre la pista, para iniciar un apasionante viaje hacia el pensamiento y la mentalidad del hombre del medievo.
Para acercarnos al Románico erótico podemos comenzar por buscar la definición de la palabra canecillo, ya que es aquí donde mayor número de representaciones subiditas de tono aparecen. Así pues, los canecillos son pequeñas obras de arte que se encuentran en buen número de iglesias románicas, que se usaban para sustentar los aleros de los tejados y de paso mostrar al pueblo los vicios, las virtudes y las escenas cotidianas de la época que les tocó vivir.
Una definición tras la que se esconden los tres análisis posibles en cuanto a la intencionalidad de las esculturas eróticas en los templos románicos. Cualquier respuesta podría valer para interpretar unas representaciones que tan bien podrían ajustarse al concepto de vicio como al de virtud. Sin olvidar que tanto el pecado como la dicha han formado siempre parte de la vida, mal que le pesen a los que hacen las leyes, ya sea en nombre de Dios o de la cordura establecida en cada época.
El caso es que nos extraña encontrarnos con escenas tan escandalosas en el arte religioso románico, como si éstas no formaran parte de la cotidianeidad del hombre de la Edad Media. Y para colmo, encontrarlas adornando las iglesias románicas, templos de virtud, oración y devoción, acaba por sacarnos definitivamente los colores.
Pues sí, ejemplos hay, y muchos en el Románico español, que también en otros países de Europa, como Francia y Alemania. Y dentro de la geografía española la mayor densidad de iconografía sexual se concentra en el sur de Cantabria y el norte de las provincias de Palencia y Burgos. Aunque no son nada desdeñables algunos ejemplos todavía palpables en iglesias de Segovia, Soria y Zamora, donde ni el tiempo ni la intolerancia de los siglos posteriores ha conseguido castrar su existencia.
Jaime Nuño, director del Centro de Estudios del Románico de la Fundación Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia), es uno de los pocos estudiosos que se ha empeñado en profundizar, hasta donde se puede, sobre la naturaleza y el significado del Románico erótico. Para empezar Nuño mantiene que hay que analizar los procesos históricos en el contexto en que ocurrieron, dejando a un lado esa tendencia que tenemos los hombres a interpretar hechos pasados utilizando puntos de vista actuales.
Y por obvio que parezca en los siglos XI y XII no había televisión, ni calefacción en las casas, las familias dormían en la misma habitación y la intimidad conyugal era prácticamente nula. De ello se deduce que con toda probabilidad los hombres y las mujeres de esta época estaban bastante acostumbrados al sexo semi público, y seguramente se sonrojaban con menos facilidad que nosotros, los modernos, hablando de sexo.
Primero porque era una sociedad menos culturizada, y por tanto más desinhibida que la actual, por la que todavía no había pasado la contrarreforma y el puritanismo que se instaló en la mente de los católicos a partir del Concilio de Trento. Hasta entonces, canciones, poemas y numerosos escritos aludían con naturalidad a los actos sexuales, una realidad que se encargó de castrar la Iglesia, a todos los niveles, con sus conceptos puritanos a partir del siglo XVI. De hecho en el siglo XIX y principios del XX, cuando el desnudo era toda una ofensa para los ojos piadosos se mutilaron muchas estatuas clásicas y el mismo destino corrió la imaginería eróticas que aparecían en los canecillos románicos.
Por eso no es descabellado pensar que quizá, los que tengamos una perspectiva un tanto pervertida a la hora de interpretar estas pétreas tallas seamos los hombres del siglo XXI, los mismos que hemos heredado por arte y parte de la Iglesia los sentimientos de vergüenza, de indecoro y de vicio, con que nos disponemos a analizar cualquier representación sexual. Porque lo que está claro es que no tenemos ni idea de cómo pensaba al respecto el hombre de la Edad Media, ya que de ellos, solo nos ha llegado lo que la élite de la Iglesia nos ha querido contar y ni que decir tiene que se trata de una parte bastante entrenada a la hora de manipular y distorsionar la Historia con mayúsculas. Eso sí, siempre en nombre del Señor.
Por suerte, en Castilla y León hemos guardado ese secreto durante ocho siglos y hoy cualquiera puede admirar los volúmenes de piedra, dejar volar su imaginación y sacar sus propias conclusiones. Que estas tallas estén ahí para censurar el pecado, para fomentar la reproducción, en una época en que la mortalidad infantil era tremenda, o simplemente porque formaban parte de la vida cotidiana de una sociedad medieval que se adivina más liberal de lo que siempre se ha creído, forma parte de un enigma todavía por resolver.
Con sus representaciones eróticas, el arte románico ha dejado una puerta abierta a las interpretaciones sobre el modo de vida del hombre del medievo, un final abierto, como en el cine, al que cada uno puede poner picante a su gusto. Tomado de El mundo
Una definición tras la que se esconden los tres análisis posibles en cuanto a la intencionalidad de las esculturas eróticas en los templos románicos. Cualquier respuesta podría valer para interpretar unas representaciones que tan bien podrían ajustarse al concepto de vicio como al de virtud. Sin olvidar que tanto el pecado como la dicha han formado siempre parte de la vida, mal que le pesen a los que hacen las leyes, ya sea en nombre de Dios o de la cordura establecida en cada época.
El caso es que nos extraña encontrarnos con escenas tan escandalosas en el arte religioso románico, como si éstas no formaran parte de la cotidianeidad del hombre de la Edad Media. Y para colmo, encontrarlas adornando las iglesias románicas, templos de virtud, oración y devoción, acaba por sacarnos definitivamente los colores.
Pues sí, ejemplos hay, y muchos en el Románico español, que también en otros países de Europa, como Francia y Alemania. Y dentro de la geografía española la mayor densidad de iconografía sexual se concentra en el sur de Cantabria y el norte de las provincias de Palencia y Burgos. Aunque no son nada desdeñables algunos ejemplos todavía palpables en iglesias de Segovia, Soria y Zamora, donde ni el tiempo ni la intolerancia de los siglos posteriores ha conseguido castrar su existencia.
Jaime Nuño, director del Centro de Estudios del Románico de la Fundación Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia), es uno de los pocos estudiosos que se ha empeñado en profundizar, hasta donde se puede, sobre la naturaleza y el significado del Románico erótico. Para empezar Nuño mantiene que hay que analizar los procesos históricos en el contexto en que ocurrieron, dejando a un lado esa tendencia que tenemos los hombres a interpretar hechos pasados utilizando puntos de vista actuales.
Y por obvio que parezca en los siglos XI y XII no había televisión, ni calefacción en las casas, las familias dormían en la misma habitación y la intimidad conyugal era prácticamente nula. De ello se deduce que con toda probabilidad los hombres y las mujeres de esta época estaban bastante acostumbrados al sexo semi público, y seguramente se sonrojaban con menos facilidad que nosotros, los modernos, hablando de sexo.
Primero porque era una sociedad menos culturizada, y por tanto más desinhibida que la actual, por la que todavía no había pasado la contrarreforma y el puritanismo que se instaló en la mente de los católicos a partir del Concilio de Trento. Hasta entonces, canciones, poemas y numerosos escritos aludían con naturalidad a los actos sexuales, una realidad que se encargó de castrar la Iglesia, a todos los niveles, con sus conceptos puritanos a partir del siglo XVI. De hecho en el siglo XIX y principios del XX, cuando el desnudo era toda una ofensa para los ojos piadosos se mutilaron muchas estatuas clásicas y el mismo destino corrió la imaginería eróticas que aparecían en los canecillos románicos.
Por eso no es descabellado pensar que quizá, los que tengamos una perspectiva un tanto pervertida a la hora de interpretar estas pétreas tallas seamos los hombres del siglo XXI, los mismos que hemos heredado por arte y parte de la Iglesia los sentimientos de vergüenza, de indecoro y de vicio, con que nos disponemos a analizar cualquier representación sexual. Porque lo que está claro es que no tenemos ni idea de cómo pensaba al respecto el hombre de la Edad Media, ya que de ellos, solo nos ha llegado lo que la élite de la Iglesia nos ha querido contar y ni que decir tiene que se trata de una parte bastante entrenada a la hora de manipular y distorsionar la Historia con mayúsculas. Eso sí, siempre en nombre del Señor.
Por suerte, en Castilla y León hemos guardado ese secreto durante ocho siglos y hoy cualquiera puede admirar los volúmenes de piedra, dejar volar su imaginación y sacar sus propias conclusiones. Que estas tallas estén ahí para censurar el pecado, para fomentar la reproducción, en una época en que la mortalidad infantil era tremenda, o simplemente porque formaban parte de la vida cotidiana de una sociedad medieval que se adivina más liberal de lo que siempre se ha creído, forma parte de un enigma todavía por resolver.
Con sus representaciones eróticas, el arte románico ha dejado una puerta abierta a las interpretaciones sobre el modo de vida del hombre del medievo, un final abierto, como en el cine, al que cada uno puede poner picante a su gusto. Tomado de El mundo
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